viernes, 14 de junio de 2013

El mapa o, nos han engañado de nuevo.


Dedicado a mi amigo Francisco Martinez (El elfo), al que le gustan los cuentos tanto como a mí...

Pues eso, que dejando de lado proyectos y aventuras, nos acercamos a palacio a ver a la reina. Ésta, una mujer muy bella, y muy inteligente, cosa poco frecuente en este país, nos atendió con mucha amabilidad junto a su canciller.

Nos, le contábamos que lejos, muy lejos, en las fronteras del reino, se encontraba una princesa a la que nadie hacía justicia; sumida en la desesperación esperaba, pues no encontraba paladín que mediase por ella e hiciese aquello que sólo el sentido común y la voluntad dictaban, justicia.

En otros reinos, a las princesas las habían dotado de medios para poder desarrollarse, vivir y llegar a elegir el futuro de sus vidadas pero en aquel reino tan extraño no, Dislexia estaba oculta, escondida de la vista de todos sin poder ser feliz.

En el Rreino todo estaba sumido en un caos de "irés" y "venirés", de riquezas de un día para otro, de intrigas y escándalos que, de algún modo beneficiaban a la coorte, y sobre todo a la reina, a la que sólo le interesaba su política "real".

Nos, hablamos y hablamos de Dislexia, la princesa, y viendo que la reina incluso asumía nuestras propias palabras concluimos la audiencia con el corazón contento y con la promesa de que al día siguiente, el canciller nos mostraría el mapa para poder llegar al lugar donde Dislexia habitaba oculta de los ojos de los ciudadanos.

Y eso hicimos. Al día siguiente, muy temprano, vestidos, limpios y con nuestras mejores ropas de calle, nos acercamos a palacio. Tan temprano era que por no molestar, paseamos por los jardines y terrazas en aquel soleado día. Las palmeras, los cerezos, las rosas y demás flores, refrescaban el aire de la mañana, de aquel día claro como el agua cristalina de los arroyos de las montañas. Esto nos infundió ánimos así que, con el corazón lleno de ilusión por la promesa de la reina y el inicio del día, nos llegamos ante el canciller.

El hombre, delgado y con cara de buena persona, se ocultaba detras de unos lentes que le hacían parecer sonriente. Nos hizo esperar no obstante, y tras unos pocos minutos de impaciencia nos atendió.

En lugar del mapa, habló y habló, y de todo aquello que ante la reina quedó tan claro, ahora se difuminaba como el humo que sale de un plato de sopa caliente. No, no penseis que paso nada malo, lo que sucede es que no paso nada, no vimos el mapa... y pese a que quedo claro que la princesa necesitaba ayuda inmediata y contundente, nos convocó de nuevo para seguir tratando del tema.

Sus palabras, las del canciller, parecían salidas de nustra boca, y aquello que entendian nuestros oidos era lo mismo que entendían nuesto corazón, más, algo sucedía, algún matiz, quizá algún rasgo de sombra nos ponía sobre aviso.

Acabada la audiencia con el canciller, nuestra alegría se había desvanecido, había arrancado de nuestro corazón la promesa de realizar un mapa para llegar donde la princesa, de aportar los conocimientos que sobre la princesa poseíamos, y por descontado, la firme promesa de ir allende los valles y las montañas, y mediar por ella.

Nuestro desconcierto, nuestra felicidad y nuestra tristeza se unían en una idea, "nos han engañado de nuevo". Pese a todo, al llegar al establo donde nos aguardaba el rocín, y donde nuestra armadura, aquella bella armadura envuelta en lienzos nos esperaba, decidimos que era la hora. Tras la canícula, con fuerzas renovadas nos embarcaríamos en la más y mejor aventura que nunca caballero en estas tierras haya soñado jamás. Salvareos a la princesa Dislexia, aunque tengamos que hacerlo con los huesos que sostienen nuestras carnes.

Mientras tanto, ya planeabamos la estrategia: daríamos a su majestad la reina, y a su canciller aquello que pedían, más nuestra aventura correría en paralelo oculta en nuestro corazón.

2 comentarios:

Manuel, esbama dijo...

Uno de los problemas que tenemos (muchos), a la hora de plantear los serios problemas de la dislexia es: la falta de entidad.

Si, la falta de entidad, adadémica, politica, e incluso empresarial. Nos tratan de los papás de "la Asociación", y no torean.

Evidentemente no voy con los títulos entre los dientes ni me hace gracia hacer gala de nada; tal vez me falte caracter.

Por cuestiones obvias callamos, no sea cosa que nos retiren el saludo, y tragamos con todo, además claro está de nuestra falta de tablas.

Podemos enfrentarnos a cualquier reto, capacidad no nos falta pero, como dice el refran: dos no riñen cuando uno no quiere y eso es lo que nos toca, que nuestro interlocutor no quiere. Evidentemente no deseamos tampoco la lucha pero de cuando en cuando me gustaría morderle la mano a más de uno. O a más de una...

Jambo Bwana dijo...

Amigo: ¡Muchas gracias por tu dedicatoria!
Los cuentos son una forma de despertar al mundo desde la infancia, en muchas ocasiones; pero, en otras, son un regreso a esa candidez que no debiéramos abandonar nunca. Este relato se enmarca en esta categoría.
¡Genial! Tanto como la historia del Dr. Stuttgart, solo que esta es más entrañable.
¿Un gran abrazo!